Carta a una estrella

Quisiera saber en qué estaba o no pensando cuando accedí a extinguirte. Que a pesar de sentir cómo te apagabas no fuera capaz siquiera de detenerme, como un agujero negro que lo consume todo, ajeno a la piedad.

Es difícil olvidar ese resplandor multicolor que siempre se desprendía de tu cuerpo. La increíble energía que se desbordaba de tu ser y embargaba a los demás. Y es que es curioso... porque no recuerdo una sola vez en la que tu existencia haya sido oscura hasta que tuviste la mala fortuna de acudir a mí, ansiando por fin un respiro.

De vez en cuándo escucho tu voz como ecos lejanos que me aseguran otros está en mi cabeza. No es hasta que ese malestar que siento al no poder con la culpa me hace vomitar esas esferas de luz tan propias de ti que me pregunto si me has llamado.

Si estás ahí.
Si sólo estás dormida y a la espera de que éste imbécil encuentre una forma de sacarte de ese abismo lóbrego tan propio de mi ser.

O es la soledad que ha comenzado a calarme. Vivo como un marginado en mi propio hogar, repudiado de mi propia familia, de los que creía vecinos y amigos... nadie quiere saber nada de mí. Nada nuevo, pensarás; porque ser objeto de exclusión y miradas de desagrado era algo habitual en alguien tan sombrío como yo, pero al menos te tenía a ti, con tanta luz que no podía ser opacada por mi oscuridad.

Tu eras la brillante, alegre y enérgica, la única razón por la que los ootros se aproximaran aunque fuera un poco a mí con tal de estar cerca de ti. La calidez que irradiabas desde que naciste constrastaba con los tonos fríos de tu incandescencia, tan contradictorio e increíblemente hermoso a la vez que puedo asegurarte que las otras estrellas te tenían envidia.  Que todas y cada una al menos una vez te miraron con esos que deseaban lo ajeno.

Pero ¿quién mejor... o peor que yo? Que de brillo no tenía nada, que mi naturaleza más bien se limitaba a tragarse toda la luz que tuviera a su alcance... para atreverse a sofocar, a tragarse o absorber a la estrella más brillante a la redonda. Tu eras el bien y yo el mal. Tu la luz y yo la oscuridad.
El preludio de la vida.
Y el anuncio de la muerte.

Ahora es verdad, porque ya no estás aquí.
Y todos podrán decir sin duda en su pecho ni un atisbo de culpa que sí, que Caín mató a Abel, que no pudo con la envidia y ese coraje que le retorcía hasta el núcleo, que siempre la miró con ese odio y desesperanza deseando por dentro arrancarle ese brillo de la piel y ponérselo de abrigo cual trofeo; que tenía tanta oscuridad en su corazón que terminó por extinguir ese encantador y etéreo brillo de una vez por todas.

Que poco o nada le importó que fuera su propia hermana.

...

Espero que hayas descansado si es que sigues ahí, porque estaré pagando el precio por toda la eternidad.

Comentarios

  1. Adivina quien soy (?)

    Pero que belleza. Este relato ya me inspiró para el de febrero. Te voi a plagiar Jajajajaja nocierto tqm Nini.

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